01 marzo 2006

Cerebro de hormiga (primera parte)

Cuando tenía unos ocho años se me ocurrió una idea genial para construir un cerebro: enlazaría cerebros de hormigas con hebras sacadas de cables eléctricos de cobre.

Me parecía clarísimo que cada pequeño cerebrito aportaría su granito de arena mental, y que interconectando unos cuantos podría conseguir un sistema inteligente.

¿A que no adivinan para qué quería fabricar ese cerebro bioeléctrico? ¿De verdad que no lo pueden adivinar?

Eso es porque todavía no me conocen.

Lo quería para poder fabricar un robot.

Pero mis historias de robots son para otra ocasión. Esa cálida tarde de cielo azul, sentado con las piernas cruzadas sobre las piedras del jardín, me bastaba y sobraba con el cerebro. Junto a mí tenía todos los ingredientes necesarios:

  • Hormigas: las pobres iban atareadas de un lado a otro, totalmente inocentes de su aciago destino
  • Un frasco vacío y limpio de mermelada, con su tapa de rosca
  • Plastilina (lo siento, ya no recuerdo si era roja, azul, o si era color "mezcla de plastilinas")
  • Cable eléctrico azul (en esa época teníamos un cable monohilo grueso que a mí se me antojaba maravilloso... con él tuve muchas aventuras)
  • Un inocente cuchillo de mesa
Los detalles de construcción los dejamos para la segunda parte.

Continuará...